Otra contracara de la crisis. La historia de Francisco, un trabajador que tuvo que salir a buscar un extra porque no llega a fin de mes.
por Agustín Marangoni
Dice que es su única alternativa. Es cuestión de números, explica. De día es un trabajador en relación de dependencia. Su sueldo en blanco, a partir de este año, con el aumento de los servicios básicos, no le alcanza para cubrir los gastos de su casa. Francisco tiene cuarenta y tres años. Casado, dos hijos, auto modelo 2007, alquila un ph en el barrio San José. Tuvo que salir a buscar un ingreso extra, pero el único tiempo disponible que tiene es la noche. Le ofrecieron cubrir francos en un taxi pero le pareció demasiado arriesgado, además, no tiene la licencia profesional. Después de casi dos meses de buscar y evaluar, encontró trabajo como empleado en un galpón para organizar mercadería, una vez a la semana. La paga es aceptable. El problema es el horario: de 23:30 a 05:00.
Las primeras semanas probó llegar a su casa a las 05:30, dormir una hora y diez minutos, vestir a sus hijos, llevarlos al colegio y seguir hasta su trabajo oficial, tal cual marcaba su rutina. A las nueve de la mañana era un fantasma. Hasta le generó un llamado de atención por parte de su jefe. Probó sin dormir. Lo mismo. Su mujer trabaja media jornada y entre los dos llegan con lo justo. Ya hicieron cuentas: con el trabajo de la noche cubren la cuota del colegio de los chicos.
La alternativa, encerrado en esas circunstancias, llegó con el dato que le pasó amigo. Lo contactó con un médico que le recetó modafinilo, una droga que se utiliza para paliar los efectos de la narcopelsia, un trastorno neurológico que genera exceso de somnolencia. Así es que Francisco toma una pastilla de modafinilo antes de entrar al trabajo de la noche. Con eso llega despierto y lúcido hasta el fin de la jornada de su segundo trabajo.
La caja de 30 comprimidos de este fármaco cuesta 1200 pesos. Es decir, cada pastilla de 200 mg cuesta 40 pesos. Se vende exclusivamente con receta. Francisco al principio la tomó con desconfianza. Ahora, dice, ya se acostumbró. Se siente bien, pero aclara que no quiso buscar información en internet para conocer efectos adversos.
– Es eso o desarmar nuestra vida. Más no podemos ajustarnos– asegura.
Hace ya tres meses que tiene esta rutina. La semana pasada lo llamó su cuñado para preguntarle dónde consigue las pastillas. Le dijo que eran para un conocido que está en la misma situación. Fransisco le pasó el whatsapp de su amigo. A los cinco minutos, su amigo le escribió irónicamente:
– Me voy a dedicar a vender esta falopa. Me está pidiendo todo el mundo.
Francisco cuenta su historia con tono resignado. Cree que cuando los chicos sean un poco más grandes va a poder dejar el trabajo de la noche. Por lo pronto, se lamenta, es lo que le toca. Tomar pastillas y dormir cinco días menos al mes.